Turno 7 Final

Las sombras se cernían sobre Tar Valon como buitres girando en torno a un animal moribundo. Aguardando el ansiado momento de caer por fin sobre la presa.

El caos se iba adueñando lentamente de cada rincón. En los pasillos de la Torre Blanca resonaban gritos, amenazas e incluso el entrechocar de las espadas. En uno de ellos se materializó súbitamente una línea vertical de luz, en medio del aire. Se abrió hacia ambos lados, extendiéndose hasta convertirse en un amplio y radiante círculo. Una puerta que conducía a otro lugar.

El Dragón Renacido atravesó el Acceso y miró a su alrededor, confundido, frunciendo el ceño al comprender la gravedad de la situación. Dos hombres cruzaron tras él, vestidos completamente de negro, pequeñas insignias doradas en el pecho.

—Que la Luz me ciegue —dijo uno de ellos con voz entrecortada—. ¿Qué es lo que está pasando aquí?

—Eso es lo que hemos venido a descubrir, Narishma —gruñó el Dragón, posando la mano sobre la empuñadura de la espada—. A eso hemos venido.


—No es eso lo que se ha votado —gritó Lauerys, furiosa—. ¡No me tragaré esas mentiras! Exijo hablar con la Antecámara. En ausencia de una Amyrlin, estas decisiones las toman ellas. Y estoy segura de que esta orden… esta aberración…

—Si desconfías, estás en tu derecho —admitió Ellaria, con los ojos entornados, su Guardián inmóvil tras ella, sumido en oscuros pensamientos—. Se encuentran reunidas ahora mismo, de todos modos. Pero si estás dispuesta a interrumpir…

—Interrumpiré lo que haga falta —cortó ella rápidamente—. Por el bien de la Torre, de Tar Valon… del Entramado entero, probablemente.

Empujó violentamente las puertas tras las cuales se encontraba reunida la Antecámara, dispuesta a dejar muy claro lo que pensaba. ¿Qué clase de locura se estaba fraguando en la Torre? Órdenes contradictorias, absurdas, un descontrol tremendo… En las calles la gente se quejaba, el contacto con el exterior se había perdido, y la elección de una nueva Sede Amyrlin se retrasaba demasiado…

Se detuvo en el umbral, con la boca abierta de par en par. Las palabras que tan meticulosamente había calibrado en esos segundos murieron en su garganta. La sangre, aún húmeda, corría entre los asientos de colores, manchando los vestidos de las mujeres reunidas, ahora tendidas sin vida en el suelo de la estancia.

—¿Qué…? —empezó a decir Lauerys, aunque comprendía perfectamente, en el fondo, lo que estaba sucediendo. Era evidente quién había dado en realidad las órdenes acerca de su ejecución.

—Un pequeño inconveniente —susurró Ellaria, encogiéndose de hombros. El saidar la envolvía como un halo—. Algunas personas se niegan a escoger adecuadamente, y se hace necesario… darles un empujoncito. Quieto, Sadsmile. No es necesario que hagamos esto aún más complicado.


Damer Flinn pasó con suavidad los dedos por el rostro de Sadsmile, cerrando sus ojos. El Guardián estaba más allá del alcance de sus habilidades, por desgracia. Todo lo que habían podido hacer era escuchar sus últimas palabras.

—Mi señor Dragón…

—Está bien. —El humo hacía que los ojos le escocieran. Tejió algo de Aire a su alrededor, formando una débil campana que alejara el olor y las cenizas—. ¿Cómo dijiste que se llamaba ella…?

“Demasiados nombres. Una lista demasiado larga. Cada vez más larga. Y una vez más no puedes hacer nada para detenerlo…”


La bola de fuego hizo saltar por los aires a media docena de Trollocs, entre aullidos salvajes y el olor nauseabundo de la carne quemada. Nalibia soltó una carcajada amarga, extendió un brazo, tejió nuevamente una descarga atronadora del Poder contra las criaturas que avanzaban, bramando, por los pasillos. Las llamas aterrorizaban a los Trollocs; podía verlo en sus ojos, en aquellos ojos demasiado humanos en los rostros de animales.

—¡Vamos, venid a por mí! —gritó, con lágrimas en los ojos—. ¿No es eso lo que queréis? ¿Un poco más de sangre? Pues corred, monstruos, que os la haré pagar bien cara, voy a bloquear las puertas con vuestros cadáveres…

Se volvió al escuchar los pasos. Kvothe llevaba la espada desenvainada, su ropa se encontraba cubierta de sangre. El agotamiento había dejado sombras oscuras bajo sus ojos, pero parecía mantenerse en pie, aunque a duras penas.

—Bien —saludó la Aes Sedai con una sonrisa cansada—. Ya somos dos, esto será mucho más sencillo. ¿De dónde vienes? ¿Cómo va la lucha en el resto de la Torre? No creo que pueda contenerles sin ayuda eternamente, así que… yo…

Miró hacia abajo, hacia la espada que acababa de hundirse en su estómago, y después volvió a alzar la mirada hacia el Guardián, en una pregunta muda.

—Créeme, sé lo que es el dolor —gruñó el hombre, evitando su mirada—. Pero ciertas cosas deben hacerse, y la recompensa… la recompensa será grandísima para los que hemos servido bien. Lo siento.

Nalibia intentó encauzar, tejer algo de Aire, lanzar lejos a ese traidor y dejarle claro lo mucho que lo iba a sentir realmente, pero las fuerzas no le respondieron. Hacía horas que había superado su límite. Dejó ir el saidar y aceptó su final. Les había hecho pagar caro, de todos modos. Con eso bastaba para morir tranquila.


—Nalibia —murmuró el Dragón Renacido, arrodillado junto al cuerpo ensangrentado de la Aes Sedai. Los Trollocs habían arramblado a su paso junto a ella, pero no eran los responsables de su muerte—. La conocía, creo que se llamaba así. Me dio bastantes problemas, esa maldita verde, y aún así, en el fondo…

Suspiró. Se puso en pie. Narishma aguardaba a su espalda, inquieto, asaltado de tanto en tanto por respingos y escalofríos, como si algo le asustara. Algo que sólo él veía por el rabillo del ojo, amenazador y sombrío.

—¿Qué haremos, mi señor Dragón?

—Nada. Nos vamos.

—Pero la Torre… La ciudad de Tar Valon aún resiste. En las calles han formado barricadas, la guardia se ha hecho fuerte en ciertos puntos. Grady ha estado allí abajo, dice que si traemos bastantes refuerzos…
Él negó con la cabeza. Ya no había nada que hacer. Solo añadir unos cuantos nombres a la lista. Y seguir adelante. Tenía que ser duro, inflexible. Tomar las decisiones correctas, aunque difíciles.

—Escogieron su propio camino, y les dejé hacerlo. Ahora ya no puedo echarme atrás, la Rueda sigue girando y yo tengo un destino que cumplir. —Alzó una mano, y un nuevo Acceso se formó ante ellos, un círculo de luz que conducía a otro lugar, a otra batalla, a otra derrota. Al olor de la muerte y los gritos de los heridos—. Hemos terminado aquí. Avisa al resto. Nos vamos.

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